1.2. La influencia de Darwin en el pensamiento de Galton

Si Galton hubiese seguido cultivando la geografía y la meteorología, no habría acabado contribuyendo a fundar la ominosa ciencia de la eugenesia. Pero leyó El origen de las especies de su primo Charles Darwin poco después de su publicación, en 1859, y eso cambiaría el rumbo de su vida, y consiguientemente de todo Occidente.
Paradójicamente, Galton aplicó las teorías de Darwin a los seres humanos media década antes de que lo hiciese públicamente el mismo Darwin, quien había evitado aplicar las argumentaciones evolutivas de su libro El origen de las especies a los seres humanos, por miedo al ostracismo social e intelectual que había caído sobre anteriores defensores de la evolución. Galton no tuvo esas precauciones, de modo que en 1865 publicó en el Macmillan´s Magazine un artículo en dos partes titulado “El talento y el carácter hereditario”, y en 1869 el famoso libro Herencia y eugenesia.
Precisamente debido a que tantos han intentado separar los argumentos evolutivos de Darwin del movimiento eugenésico que debemos tener muy clara la relación entre los trabajos de Darwin y los de Galton. El núcleo del argumento evolutivo de El origen de las especies es una gran deducción. El libro arranca con un capítulo, titulado “Variaciones bajo la domesticación”, en el que se exponen los obvios efectos que los seres humanos han tenido sobre las plantas y los animales bajo su cuidado. Esa crianza selectiva para mejorar la producción – se trate de trigo, rosas, ovejas o ganado – es un ejemplo de selección artificial, donde “la naturaleza produce variaciones sucesivas y el hombre las conduce hacia donde le resultan útiles” Charles Darwin. El origen de las especies.
“El enorme poder de este principio de selección”, argumentaba Darwin, “no es hipotético. Está claro que algunos de nuestros mejores criadores han conseguido, incluso en el corto período de una sola vida, modificar en gran medida sus razas de ganado y de ovejas”. Es más, señalaba Darwin, estos criadores utilizan la selección artificial para eliminar los ejemplares “defectuosos”, las plantas o animales que están por debajo de los niveles mínimos, “porque casi nadie es tan negligente como para criar a partir de sus peores animales o plantas”.
Sobre la base del “enorme poder” de la selección artificial, la argumentación de Darwin procedía seguidamente a analizar el gran principio de la selección natural, dentro de la cual “las variaciones, por muy pequeñas que sean y sea cual sea la causa de la que proceden, si en cualquier medida son beneficiosas para el individuo de una especie (…) tenderán a la preservación de tales individuos, y generalmente resultarán transmitidas a su progenie”. Si la selección artificial puede producir cambios tan grandes en un tiempo tan corto, razonaba Darwin, entonces la selección natural puede generar prácticamente cualquier grado de cambio, si dispone de suficiente tiempo. El resto del libro se ocupa de proporcionar datos que apoyen esa gran deducción.
Pero si bien Darwin partía de la selección artificial para posteriormente argumentar sobre la selección natural, la preocupación de Galton fue sacar a la procreación humana del reino de la selección natural para someterla a la mano benevolente de la selección artificial. En esto razonaba de forma opuesta a Darwin. Si la evolución de los seres humanos se ha producido en su mayor parte a través de la selección natural pero ésta es lenta y no dirigida, entonces los seres humanos deberían arrancar la evolución del dominio de la naturaleza y aplicar las técnicas de los criadores de plantas o de ganado al mejoramiento de la raza humana. Así, la obra de Galton Herencia y eugenesia comienza con las siguientes palabras:

“Pretendo demostrar en este libro que las capacidades naturales del hombre se derivan de su herencia, del mismo modo y bajo las mismas limitaciones que la forma y los rasgos físicos de todo el mundo orgánico. En consecuencia, de la misma manera que es fácil (…) producir a través de una cuidadosa selección una línea permanente de perros o caballos dotados de una peculiar capacidad para correr o para hacer cualquier otra cosa, sería bastante factible producir una raza de hombres altamente dotados a través de matrimonios concertados de forma racional a lo largo de varias generaciones consecutivas”.

“Mi conclusión”, continuaba Galton, “es que cada generación tiene un enorme poder sobre los dones naturales de los que le siguen, y de ahí que mantenga que es nuestro deber con la humanidad investigar el alcance de ese poder, y ejercitarlo de modo que no nos comportemos de modo irracional y produzcamos las mayores ventajas para los futuros habitantes de la tierra”.

No mucho después de la publicación de Herencia y eugenesia Galton recibió una carta en la que su primo Darwin le expresaba su más rendida admiración por su obra, manifestándole que después de tan sólo cincuenta páginas había tenido que detenerse y “respirar, no fuera a ser que algo se me rompiese dentro. ¡No creo haber leído en mi vida nada más interesante y original! ¡De qué forma tan correcta y clara explicas cada cuestión!”. Curiosamente, Darwin proseguía exclamando cómo Galton había “conseguido hacer un converso de quien antes era en cierto sentido un opositor, porque siempre ha sostenido que, dejando aparte a los idiotas, los hombres no difieren mucho en intelecto, sino que sólo se distinguen por su celo y su trabajo; y aún pienso que ésta es una diferencia sumamente importante”.
Pero por muy importante que le hubiese parecido esa diferencia, antes de que transcurriesen dos años desde la publicación de Herencia y eugenesia Darwin publicaría El origen del hombre, donde pretendió demostrar que tanto la inteligencia humana como sus características morales son fruto de la selección natural y que, es más, era tiempo de tomar en consideración la aplicación de la selección artificial de los rasgos humanos beneficiosos. Subrayando que, “exceptuado el caso del mismo hombre, apenas existe nadie tan ignorante como para permitir que sus peores ejemplares se reproduzcan”, Darwin sugería que “a los miembros más débiles e inferiores de la sociedad no debería permitírseles contraer matrimonio tan libremente como a los inteligentes”. Ese criterio evitaría la degradación de la raza.
Que Darwin se hubiese percatado o no de la conexión eugenésica de sus propias teorías antes de leer a Galton es cosas discutida. Pero de lo que no cabe duda, a la vista de su argumentación y del número de veces que cita a Galton, es de que había abrazado completamente la conexión eugenésica cuando publicó El origen del hombre. “El avance del bienestar de la humanidad es un problema tremendamente complejo”, reflexionaba Darwin; “como ha subrayado el señor Galton, si los prudentes evitan el matrimonio al tiempo que los imprudentes se casan, los miembros inferiores de la sociedad tenderán a suplantar a los mejores (…) A través de la selección el hombre tiene la capacidad de hacer algo, no sólo para mejorar la constitución física de su progenie, sino también para mejorar sus cualidades intelectuales y morales”. Los que fueran “notablemente inferiores de cuerpo o de mente deberían verse constreñidos por las leyes o las costumbres para llegar más lejos y procrear al mayor número de hijos”. A través de esa selección artificial, de esa eugenesia, como posteriormente acabaría siendo llamada, podría elevarse el calibre de la especie humana. “Todos los que contribuyan a este fin”, mantenía Darwin, “prestarán un noble servicio”.
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Desde un punto de vista práctico fue posiblemente otra obra de Darwin la que dio elementos a Galton para elaborar su teoría, La variación en animales y plantas domesticados. Teoría que nuestro científico expondrá casi totalmente estructurada en dos trabajos que publica en la revista Macmillan´s Magazine, “Hereditary Talent and Carácter”. Tan completamente expuestos están aquí sus postulados que Pearson dirá, en su biografía de Galton, que estos trabajos podían haber sido el resumen final de su labor en lugar de su inicio. Previamente había publicado nuestro autor un trabajo titulado “Primeros pasos hacia la domesticación de animales”, en donde tomaba en consideración la cuestión de la sociedad humana asimilándola a la sociedad animal, comparándola con los animales que se agrupan en rebaños – en concreto, con los bueyes que había observado en África – y valorando la importancia especial de los animales que están por encima de su congéneres y se convierten en líderes del rebaño. Pero lo cierto es que Galton no se ve libre totalmente de su depresión hasta que no consigue presentar un libro con abundantes datos, en que se exponga extensamente su idea sobre cómo se podría y debería perfeccionar la raza humana, y fundamentalmente la raza inglesa, para que pudiese superar su etapa de decadencia y su camino de degeneración, que tan sangrantemente se había puesto en evidencia durante la guerra de Crimea, y que se manifestaba a diario en los suburbios de Londres y de otras grandes ciudades, suburbios cargados de indigentes, enfermos y delincuentes. Este primer libro de Galton, con el que comienza su andadura no sólo en el estudio de la eugenesia, sino en la aplicación de la llamada “Ley del error”, la curva o campana de gauss para el estudio de la distribución del talento de la población, será La herencia del genio (Hereditary Genius), publicado en 1869, siendo posiblemente su obra más difundida y popular.
La publicación de La herencia del genio hizo que se reavivara la relación de Galton con su primo Darwin. A ambos les interesaba el problema de la herencia o de la heredabilidad de caracteres. A Darwin, que había esbozado una teoría para explicar la forma de transmisión de los caracteres de padres a hijos – teoría de la pangénesis – porque la presión selectiva, la selección natural, debía actuar sobre la posibilidad de transmisión de caracteres y sobre la posibilidad de variación en los caracteres. Una mayor eficacia adaptativa de unos caracteres podía llegar a repercutir de forma que la especie fuese variando. Y las pequeñas adaptaciones adaptativas llegarían, con el tiempo, a producir nuevas especies. Para Darwin era necesario que los caracteres adquiridos, por lo menos algunos que tuvieran una cierta influencia en el organismo y alteraban las “gémulas” – las unidades orgánicas transmisoras de las caracteres en su teoría – se transmitieran. Si esto no sucedía así, era muy difícil en aquel momento poder explicar la evolución por medio de la selección natural. Para Galton, sin embargo, era imprescindible considerar que la herencia de caracteres adquiridos era imposible. Para mantener su teoría de la posibilidad de mejorar la raza por medio de la selección de las caracteres más valiosos, físicos y mentales, y preservar la pureza de las razas y clases, restringidas a sus propias dotaciones hereditarias, era necesario que el medio ambiente, y por lo tanto los caracteres adquiridos, no tuvieran influencia en la carga o dotación hereditaria. Para Galton, cada individuo hereda directamente de sus padres – padre y madre por igual – y por medio de ellos de todos sus antepasados directos. Y el medio ambiente no puede modificar tal herencia.
La diferencia de opinión entre Galton y Darwin, no comprendida por ninguno de los dos – Galton llega a afirmar, en sus primeros artículos de 1865, que Darwin no cree en la herencia de los caracteres adquiridos – les llevará a tener un cierto enfrentamiento al final del trabajo conjunto que realizaron estudiando la herencia en conejos. Galton, inspirado y ayudado en cierta medida por Darwin, intentó estudiar los mecanismos hereditarios postulados en la teoría de la pangénesis. Esta expresaba la posibilidad de que las “gémulas” transmisoras de caracteres circulaban por la sangre. Galton y Romanes, que también participó en los experimentos, intentaron transmitir el color de pelo de unos conejos a las progenies de otros por medio de transfusiones de sangre. La hipótesis no era cierta, y Galton lo expuso públicamente, sin mayores discusiones sobre el asunto con Darwin, éste se irritó y se cruzaron entre ellos un par de artículos en Nature.

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