1.3. La herencia del talento

La primera publicación de Galton sobre la herencia, titulada Talento y carácter hereditarios, consistía en dos artículos que, si discípulo y biógrafo Kart Pearson, podrían haber constituido el resumen final de su obra. Hasta tal punto se mantuvieron invariables sus puntos de vista a lo largo de su vida.
Quizás la característica más destacada del pensamiento de Galton fuera su creencia en que las facultades mentales se transmiten hereditariamente de una forma rígida. Aunque durante años se esforzó en demostrar estadísticamente esta idea, realmente para él era una convicción apriorística. Esto se pone claramente de manifiesto en esta primera obra en la que comienza reconociendo que “al estudiar la transmisión hereditaria del talento debemos tener siempre en la mente nuestra ignorancia, incluso de las leyes que gobiernan la herencia de los rasgos físicos”.
Para abordar el problema Galton recurre a la analogía:

Sólo puedo decir que las semejanzas generales en las cualidades mentales entre padres y prole, tanto en el hombre como en las bestias, es lo más cercano posible al parecido entre sus rasgos físicos; y debo confiar la existencia de leyes reales del primer caso como una interferencia a partir de su analogía con el último. La semejanza falla a menudo en donde más esperábamos que se mantuviera, pero podemos legítimamente atribuir el fallo a la influencia de condiciones que todavía no podemos comprender. Hasta que no tengamos abundante evidencia a favor de la hipótesis de la transmisión hereditaria del talento de padres a hijos, no debemos desconcertarnos cuando nos presentan evidencias en contra”.

Estas insuficiencias en los conocimientos existentes sobre la herencia y la posible aparición de situaciones de difícil explicación sobre la base de la hipótesis hereditaria no desanimaban a Galton, aunque no dejaba de reconocer que no podía probar sus asertos:

“Yo mantengo, por analogía, que esta previsión (la que tienen los mejoradotes con respecto a las características físicas de los animales) puede alcanzarse igualmente con respecto a las cualidades mentales, aunque no puedo probarlo. Todo lo que puedo demostrar es que se encuentran talento y singularidades de carácter en mucha mayor magnitud en los niños en que alguno de los padres las ha tenido, que en los niños de gente ordinaria”.

Sin embargo, a pesar de todas estas limitaciones, explícitamente reconocidas, sus conclusiones son categóricas:

“Encuentro que el talento se transmite hereditariamente en un grado extraordinario […] Justifico mis conclusiones por las estadísticas. Y voy a proceder ahora a exponer lo que considero es ampliamente suficiente como para imponerse como convincente”

Precisemos que para Galton “los términos talento y carácter son exhaustivos: incluyen la totalidad de la naturaleza espiritual del hombre hasta donde somos capaces de comprenderla”.
Las estadísticas a que se refiere son listas de personajes ilustres sacadas de biografías, en las que aparecían parientes en una frecuencia que él consideraba que no podía deberse al puro azar. Su explicación de este fenómeno era que el talento no podía ser sino hereditario. La posibilidad de que existieran otras causas, en la sociedad victoriana de la época, que favorecieran que personas distinguidas promocionan a sus hijos o hermanos a puestos también ilustres, era directamente descartada en la mayor parte de los casos. Afirma, por ejemplo, que “de todos los cargos del derecho no hay ninguno que sea, con mayor seguridad, premio a la más distinguida capacidad intelectual que el de Lord Chancellor […]. De 29 Chancellors 16 tenían familiares importantes. Trece de ellos tenían parientes muy ilustres. En otras palabras, 13 de 39 – esto es 1 de cada 3 – son ejemplos notables de influencia hereditaria”, para concluir que “no es posible calcular en forma precisa, e incluso apenas merece la pena hacerlo de forma aproximada, el avlor numérico de la influencia hereditaria en la obtención de la cancillería. Es suficiente con decir que es enorme”.
Galton hacía extensible esta convicción tan arraigada sobre la transmisión hereditaria del talento a las facultades morales o a cualquier forma de enfermedad o malformación:

“Así, son hereditarias las enfermedades del corazón; lo son los tubérculos del pulmón; lo son también las enfermedades del cerebro, del hígado y del riñón; y lo mismo pasa con las enfermedades de ojos y oídos. Las enfermedades generales son igualmente hereditarias, como la gota o la locura. Por herencia se transmiten tanto la longevidad como las muertes prematuras. Si consideramos una clase de peculiaridades más recóndita en su origen, encontraremos que la ley de la herencia sigue siendo válida. Una susceptibilidad morbosa a las enfermedades contagiosas o a los venenosos efectos del opio o del calomel, y la aversión al sabor de la carne, todo ello vemos que es heredado. Y lo mismo sucede con el ansia por la bebida o por el juego, la pasión sexual desmedida y la proclividad a la indigencia, a los crímenes violentos y a los fraudes. Hay ciertos tipos marcados de carácter asociados a marcados tipos de rasgos y de temperamento. Sostenemos axiomáticamente que estos últimos son heredados, siendo demasiado notorio el caso y demasiado consistente con las analogías que nos aportan los animales como para hacer necesarios más argumentos”

Repárese en esta última frase, en la que dota a sus asertos de un carácter axiomático, es decir sin necesidad de demostración, basándose únicamente en la fuerza de las analogías.
Pero además estaba convencido de que existía una estrecha correspondencia en la transmisión de estas características, en el sentido de que los portadores de los mejores rasgos intelectuales también poseían los más destacados rasgos morales y físicos. A esto se refiere al decir:

“Había una creencia popular que decía que los hombres muy eminentes intelectualmente eran, por lo general, de constitución débil y de carácter seco y frío. Debe de haber tales casos, pero creo que la regla general es exactamente la contraria […]. Es un grave y frecuente error el suponer que los altos poderes intelectuales se asocian corrientemente con un cuerpo insignificante y de poca fuerza física […]. La mayoría de los grandes hombres son vigorosos animales, con exuberantes poderes y con una gran devoción a una causa. No hay razón para suponer que si se procrea en función de un alto nivel de intelecto se va a producir una raza estéril o débil”.

En su extensa obra La herencia del genio se reafirma completamente en las conclusiones de sus primeros escritos y dice que “los resultados fueron tales como para poder establecer absolutamente la teoría de que el genio, con ciertas limitaciones que deben ser investigadas, es hereditario”.
Otro de los problemas que aborda son los criterios que se deben seguir para decir si una persona tiene o no talento, en qué medida está dotada de genio. Obviamente, para saber si el genio se hereda es necesario primero determinar quién lo posee. El criterio que empleó fue el de la elevada reputación:

“El plan de mi razonamiento se dirige a demostrar que la elevada reputación es un test bastante fiel de la elevada habilidad; a continuación, se dedica a discutir los parentescos de un grupo de hombres claramente eminentes – a saber: los jueces de Inglaterra desde 1660 hasta 1868, los hombres de Estado del tiempo de Jorge III y los premieres durante los últimos cien años – y a obtener de esto una visión general de las leyes de la herencia con respecto al genio […]. Los argumentos por medio de los cuales me esforzaré en probar que el genio es hereditario, consisten en demostrar la gran cantidad de casos que existen en los cuales los hombres que son más o menos ilustres tienen una parentela eminente”

Galton era consciente de la debilidad aparente de este criterio, y se preguntaba si está justificado su uso como estimador de las capacidades mentales y morales hereditarias: “¿es la reputación un buen test de la habilidad natural? ¿Siendo el único que puedo emplear, estoy justificado a utilizarlo? ¿Cuánto del éxito de un hombre se debe a sus oportunidades y cuánto a su poder intelectual natural?”. Téngase en cuenta que en aquella época no existían aún los tests de inteligencia y Galton necesitaba alguna forma de medición de las capacidades intelectuales con que rastrear la herencia de las mismas.
Se esforzará, pues, en darle un significado al concepto de reputación que pueda ser aceptado sin problemas: “Por reputación entiendo la opinión de los contemporáneos, revisada por la posteridad; el resultado favorable de una análisis crítico del carácter de cada hombre a partir de la opinión de muchos biógrafos”. ---------
Es obvio que para Darwin la obra Herencia y eugenesia era un “noble servicio”, lo cual hace que merezca la pena analizar el libro con más detalle. En él, Galton aplicó las dotes analíticas forjadas en su expedición africana a las cuestiones relativas a la herencia de las cualidades más excelentes. A falta de otros medios para probar su argumentación, se apoyó en la suposición de que “la reputación es un indicativo bastante preciso de las cualidades más elevadas”. Y consiguientemente, procedió a analizar las líneas familiares de ingleses eminentes, clasificados por campos de reconocido prestigio, como la judicatura, la alta política, los altos grados del Ejército, los hombres de ciencia, los poetas o los músicos.
Lo que pretendían esos interminables análisis de los Quién es quien de Inglaterra era “probar que el genio es hereditario” y eso mediante “la demostración de lo elevado que es el número de supuestos en los que hombres que son más o menos ilustres tienen una descendencia eminente”, o más, “que los parientes próximos de los hombres más destacados son también eminentes con más frecuencia que sus parientes más remotos”.
Aunque esto pueda sonar científico, el propio Galton a continuación manifestaba claramente a sus lectores sus propios prejuicios:

“(…) me solivianta eso que se dice sin pensar, sea de forma expresa o implícita, y especialmente en los cuentos que se escriben para enseñar a los niños a ser buenos, de que los niños nacen prácticamente iguales unos a otros y que los únicos factores que influyen en las diferencias entre un muchacho y otro, y entre un hombre y otro, son la constancia en el trabajo y el esfuerzo personal por las virtudes. Me opongo sin paliativos a tales pretensiones de igualdad natural”.

Esta actitud llevó a Galton a fundamentar todos los logros intelectuales y morales exclusivamente en la herencia. Pero en esto hay que comentar, con cierta ironía, la prueba en que Galton se apoyaba para valorar la superioridad hereditaria era “los logros”, es decir, el efecto que resultaría de la herencia, pero el medir solamente los logros no existía manera de distinguir entre efectos, circunstancias y oportunidades. Los críticos de su libro rápidamente destacaron esta debilidad en su argumentación.
Si Galton pretendía simplemente demostrar la obviedad de que, hablando en general, “la manzana no cae lejos del árbol”, debería haber dado una cierta base científica a lo que no pasa de ser una observación común. Pero, como hemos visto, la pretensión de que la capacidad natural es hereditaria era sólo parte de una más amplia concepción eugenésica.
Para Galton, las “leyes de la herencia” se aplican “tanto a las facultades mentales de los individuos como a las corporales”, y por lo tanto ambas pueden ser mejoradas mediante apareamientos racionales. Sin embargo, este “enorme (…) poder (…) conferido a cada generación sobre la misma naturaleza de sus descendientes”, lamentablemente, no ha sido nunca utilizado. A pesar incluso de que Darwin llamó la atención del público sobre los cambios beneficiosos que podrían derivarse de los adecuados cruces de plantas y animales, “hay que reconocer que el gran problema del mejoramiento futuro de la raza humana es que actualmente esa cuestión apenas se propone más allá de los ambientes académicos”. Seguidamente Galton añadía:

“Sin embargo, hoy en día el pensamiento y la acción se mueven rápidamente, y no es en modo alguno imposible que una generación que ha presenciado la exclusión de la raza china de los privilegios tradicionales de los pobladores de dos continentes y la deportación de la población hebrea de una gran porción de un tercero pueda vivir para ver otros actos análogos, realizados bajo una repentina presión socializante”.

Estas tenebrosas palabras fueron escritas para la edición de 1892 de Herencia y eugenesia. Para ese momento, veintitrés años después de su primera edición, el movimiento eugenésico ya había conseguido apoyo internacional y estaba listo para “moverse rápidamente” hacia el siglo XX, mucho “más allá de los ambientes académicos”. En palabras proféticas de Galton, “puede ser que las cuestiones que van a ser consideradas en Herencia y eugenesia adquieran inesperadamente importancia al caer dentro de la esfera de la política práctica”.
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Galton seguirá experimentando y publicará en 1875 su propia teoría (una teoría de la herencia) en la que planteaba la existencia de dos tipos de partículas, unas internas, sin manifestaciones externas, y otras con manifestaciones en el aspecto o características de los individuos. El primero sería lo que luego Weismann llamaría “plasma germinal”, que pasaría de padres a hijos sin alteraciones. Pero Galton no había encontrado ningún dato experimental que apoyara sus ideas, era una hipótesis especulativa. De donde seguía obteniendo Galton su seguridad sobre la heredabilidad del talento, era de sus estudios estadísticos sobre los parentescos entre personas eminentes. Como en “La herencia del genio”, intenta demostrar nuevamente que el talento es hereditario y no se debe al medio ambiente, ni a las posibilidades de estudio, etc. Esta vez envía encuestas a hombres de ciencia – o pertenecientes a sociedades científicas – preguntándoles si consideran que su talento es innato o adquirido. Su análisis estadístico de los resultados le sigue confirmando en la idea: el talento es hereditario y el medio ambiente y las posibilidades sociales actúan sólo cuando existe una dotación hereditaria adecuada. Su libro, publicado en 1874, (Hombres de ciencia ingleses) respondía en realidad a la obra del suizo Alphonse de Candolle, Histoire des sciences et de savants depuis deux siecles, publicado en 1873 como crítica, a su vez, del libro de Galton sobre el genio y la herencia. De Candolle sostenía lo contrario que Galton y pensaba que la educación y el ambiente social eran factores fundamentales en el desarrollo de un científico o intelectual cualquiera.

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