2.1. La Liga para la Regeneración Humana

Al igual que el maltusianismo, el darwinismo social y el eugenismo hunden sus raíces en el siglo XIX y en la ideología higienista, aunque no fue hasta el segundo cuarto del siglo XX cuando sendos movimientos dieron lugar a inquietantes derivaciones. Según la definición de Daniel Becquemont (P. Tort, 1992), “al apoyarse en el determinismo biológico, el darwinismo social especifica una jerarquía natural de los seres o grupos humanos y tiende a afirmar que toda medida de orden social que trate de proteger a los incapacitados es perniciosa”. Hay que buscar los orígenes en los Principios de sociología de H. Spencer (publicados de 1876 a 1896) donde la noción de supervivencia diferencial de los más aptos era presentada como el motor de la evolución social.
Laboratorio eugenésico en Oslo

En Francia, el término y la doctrina fueron introducidos por el anarquista Émile Gautier en su obra El darwinismo social (1880) que recusaba la versión dura que le había dado dos años antes el alemán Ernst Haeckel, para quien el progreso implicaba el sacrificio de los débiles. Sin embargo, “entre su nacimiento en el año 1860 y su dislocación hacia el final de los años 1910, la corriente se volvió menos liberal, más intervencionista y más pendiente del problema de la reproducción diferencial”, problema sobre el que Georges Vacher de Lapouge, cabecilla de los eugenistas, estaba llamando la atención desde 1886 (A. Bejín, en P. Tort, 1992). Del darwinismo social procede, en efecto, el eugenismo en sus múltiples formas y del que podemos dar cuatro definiciones. Dos suaves: “El estudio de los factores sometidos al control social y susceptibles de aumentar o de disminuir las cualidades ora físicas, ora mentales de las futuras generaciones” marcha de métodos idóneos para mejorar la calidad de las poblaciones, especialmente mediante el juego de la herencia” (Diccionario multilingüe de las Naciones Unidas); y dos duras: “Favorecer la transmisión de la vida de los más dotados y desalentarla o prohibirla entre los demás”, o también: “Selección por medio de la elección de los generadores humanos, es decir, crianza racional de la especie humana” (O. Caster, en el Maltusiano, 1907).
El vículo entre eugenismo y neomaltusianismo es obvio (A. Drouard, 1992). Uno de los neomalthusianos más ilustres de Inglaterra, C. Drysdale, aún rechazando el darwinismo social preconizó que se impidiese a los tarados reproducirse para mejorar la raza human y que se eliminasen las enfermedades degenerativas junto con el pauperismo (C. Drysdale, 1912). En 1907, Francis Galton fundó en Londres la Eugenics Education Society, que se fijó el objetivo de sustituir la selección natural, que se había vuelto ciega en las sociedades modernas, por una selección artificial concebida como un eugenismo positivo: le preocupaba ver que pobres, discapacitados y demás indeseables se estaban reproduciendo en exceso mientras que las élites tenían tendencia a extinguirse.
En Francia, Paul Robin dio el nombre de Liga para la Regeneración Humana a la asociación que creó en 1896. “El neomalthusiano tiene como finalidad la mejora de la especie, su regeneración mediante un procedimiento de selección científica”, escribía en el Maltusiano el doctor Sicard de Plazuzoles, uno de los fundadores de la Sociedad Francesa de Eugenesia (1913. Identico éxito tuvo en Alemania, donde la Sociedad de Higiene Racial fue cerrada en 1904; y en Suecia, que siguió este ejemplo en 1909. No obstante, hubo una tímida reacción en Dinamarca donde Wilhelm Johannsen rebatió en 1971 las nociones de degradación y de degeneración (A. Drouard, 1998).
Este cientifismo desviacionista se acentuó tras la Primera Guerra Mundial. El psiquiatra suizo Ernst Rudin, naturalizado alemán, que preconizaba desde hacía tiempo la regeneración de la raza mediante unas medidas de control biológico (prohibición de matrimonio, esterilización, internamiento de los enfermos mentales), fue elegido en 1932 presidente de la Asociación Internacional de las Sociedades Eugenésicas. En Francia, el doctor Alexis Carrel, premio Nóbel de medicina, admitía en su exitoso libro El hombre, ese desconocido (1935) la idea de eliminar físicamente a determinados marginales. No obstante, en 1939, el manifiesto de los Genetistas tomó una firma postura contra las doctrinas racistas (Daniel Dreuil, en P. Tort, 1922). Después de la guerra, el descrédito del nazismo salpicó al eugenismo, término este que ya no se emplea hoy día sino con connotaciones peyorativas.

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